lunes, 11 de septiembre de 2017

Un Resumen de Lo Que Creemos

LA BIBLIA Y LAS CONFESIONES DE FE
Creemos que la Biblia es la Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo (II Timoteo 3:16; II Pedro 1:20-21).  Por eso, la Biblia nos enseña sin error al Dios vivo y verdadero.
Nuestra creencia en la Biblia, ya que ella es la Palabra de Dios, no depende de las opiniones de los hombres, ni del juicio de la iglesia.  No obstante, nuestra convicción de que la Biblia es la Palabra de Dios proviene del convencimiento interior producido por el Espíritu Santo.
Por cuanto es la Palabra de Dios, la Biblia tiene autoridad soberana sobre todos los asuntos de los hombres. Toda doctrina, enseñanza y práctica en la iglesia tiene que estar regulada por ella.
Asimismo, creemos que la enseñanza de la Biblia ha sido afirmada por la iglesia a lo largo de los siglos en las llamadas “Confesiones de Fe”. En particular, reconocemos la doctrina enseñada en la llamada Confesión de Fe de Westminster, y los Catecismos Mayor y Menor, como la fiel expresión de la enseñanza de la Sagrada Escritura.
En la iglesia, las Confesiones de Fe han de estar siempre subordinadas a la Palabra de Dios, de la que derivan en todo momento su autoridad.

DIOS Y LA SANTÍSIMA TRINIDAD
La Biblia nos revela a un solo Dios, eterno e infinito en todas Sus perfecciones.  En la unidad de la Divinidad existen eternamente tres personas: Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo.
Ésta es la doctrina tradicional cristiana de la Trinidad.  Frente a todos aquellos que la niegan, creemos, por lo tanto, que es una doctrina bíblica, y que ha de ser creída para conocer al Dios vivo y verdadero.

LA CREACIÓN Y PROVIDENCIA
Conforme a la enseñanza de las Sagradas Escrituras, Dios creó los cielos y tierra a partir de la nada, en seis días.  La materia y el universo, por lo tanto, no son eternos.  Sólo Dios lo es. Creemos que el relato bíblico de la creación (Génesis capítulo 1) es verdadero, en un sentido histórico.
El mundo, una vez creado, tampoco funciona por sí mismo, independientemente de Dios.  Desde la creación del mundo, Dios sostiene, dirige, dispone y gobierna a todas las criaturas, acciones y cosas que ocurren, desde la más grande hasta la más pequeña, por medio de Su santa providencia.  Contrariamente a lo que piensan algunos, esto no elimina la libertad y la responsabilidad de los hombres, que, en los asuntos de esta vida, normalmente actúan y deciden conforme a lo que son y quieren llegar a ser.

EL PACTO EN EL PARAÍSO Y EL PECADO ORIGINAL
Dios se compromete con el hombre desde el principio.  Después de haber creado al hombre, Dios hizo un pacto con Adán en el Paraíso, en el que le prometía vida si éste continuaba en obediencia (Génesis 2:16-17).
Sin embargo, por la tentación del diablo, Adán cayó en desobediencia, con lo que arrastró a toda su descendencia a la condenación y a la muerte, lo cual se ha llamado el pecado original (Romanos 5:15-19).  De este pecado original proceden todos los pecados que cometemos a diario.
El hombre, por tanto, es infiel a Dios desde el principio.  Por esta corrupción original, todo ser humano que viene a este mundo es completamente incapaz, indispuesto, y opuesto para hacer el bien, y está enteramente inclinado a todo tipo de mal (Romanos 3:10-18).  Es por la bondad de Dios que todo este mal no se manifiesta plenamente en la vida de las personas y las sociedades.

LA LEY DE DIOS
El hombre no es la medida de todas las cosas. No es el hombre quien ha de determinar lo que es pecado o no lo es, o lo que es justo y moral o no, sino la ley de Dios, resumida en los diez mandamientos.  El pecado es, en sí mismo, la transgresión de la ley de Dios (I Juan 3:4).
El hombre, al haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, ha sido marcado con la voz de la conciencia, que equivale a la ley de Dios en nuestro interior (Romanos 2:14-15).  Sin embargo, a causa del pecado, nuestra conciencia se puede pervertir (de hecho, lo hace frecuentemente), o podemos actuar en contra de ella, para luego justificarnos a nosotros mismos, o puede incluso desaparecer.  Por lo que siempre, para toda persona y en todo lugar, la ley de Dios ha de ser la norma para determinar lo que está bien y lo que está mal.

JESUCRISTO, EL ÚNICO MEDIADOR
Jesucristo es el Hijo eterno de Dios, que se hizo hombre para nuestra salvación (Juan 3:16). Siendo en todo momento Dios eterno y verdadero, Jesucristo, en calidad de hombre, se hizo “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8).  Su muerte en la cruz fue el sacrificio por los pecados, hecho una vez y para siempre, que obtuvo el perdón y la reconciliación con Dios de aquellos que se arrepienten de sus pecados y confían en Cristo para salvación.
Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Juan 14:6).
El apóstol Pablo dijo también: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (I Timoteo 2:5). Por lo tanto, no existe ningún otro mediador ni mediadora al lado de Jesucristo (santos, vírgenes, etc.).
De hecho, a Jesucristo no le hace ninguna falta la intercesión de ellos, por cuanto nos dice la Escritura que Él ha venido a ser “un misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo” (Hebreos 2:17).
“tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Hebreos 7:26).
Si a Jesucristo no le hacen ninguna falta otros mediadores para ser nuestro Salvador, a nosotros tampoco.

LA SALVACIÓN POR GRACIA Y JUSTIFICACIÓN POR FE
En cuanto a la salvación, creemos lo que dice la Biblia: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:7-8).
Asimismo, creemos lo que nosotros mismos hemos podido experimentar: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (I Timoteo 1:15).
Creemos, pues, que somos salvos sólo por la misericordia de Dios, por Cristo, debido a Su obra de salvación, obedeciendo perfectamente a ley de Dios, y ofreciéndose en sacrificio para el perdón de pecados.  La justicia de Cristo nos es imputada (es decir, atribuida, o “puesta en nuestra cuenta”) por Dios y nosotros la recibimos sólo por fe, sin que cuente para nada ninguna obra que nosotros hayamos hecho.
Éste es el testimonio de la Escritura: “Creyó Abraham a Dios, y le fue atribuido a justicia” (Romanos 4:3).  Es lo que se conoce como la doctrina de la justificación por fe, el corazón del evangelio y una de las principales afirmaciones de la Reforma protestante en el siglo XVI, por no decir la principal de ellas.
No obstante, la Escritura nos enseña que, al recibir a Cristo como justificación, también lo recibimos como nuestra santificación: “Mas por Él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (I Corintios 1:30). Por lo tanto, las obras son muy importantes en la vida cristiana, porque ellas son señal de que hemos recibido a Cristo para salvación.  De hecho, sin la santidad, nadie verá a Dios, por cuanto Él es santo (Hebreos 12:14; I Pedro 1:16).

LA IGLESIA
La iglesia puede ser descrita en dos maneras diferentes- es una iglesia universal o invisible, y está formada por el número completo de los elegidos en Cristo desde antes de la fundación del mundo.
La iglesia también es visible, y se compone por todos aquellos que en el mundo creen y practican de corazón la fe verdadera, es decir, la fe de la Palabra de Dios.
No hay más que una cabeza de la iglesia, el Señor Jesucristo, quien gobierna a Su iglesia por Su Palabra y el Espíritu Santo. Ningún hombre puede, en modo alguno, usurpar este título para sí. Quien lo haga, haya hecho o lo vaya a hacer, se opone frontalmente a Cristo.

miércoles, 14 de junio de 2017

SIN EL EVANGELIO


Resultado de imagenSin el evangelio todo es inútil y vano, sin el evangelio no somos cristianos, sin el evangelio todas las riquezas son pobrezas, toda la sabiduría es locura ante Dios, la fortaleza es debilidad y toda la justicia del hombre esta bajo la condenación de Dios, Pero por el conocimiento del evangelio somos hechos hijos de Dios, hermanos de Jesucristo, conciudadanos de los santos, ciudadanos del reino de los cielos, herederos de Dios con Jesucristo. Por que los pobres se hacen ricos, los fuertes se hacen débiles, los simples se hacen sabios, los pecadores son justificados, los desolados son consolados, los inseguros son asegurados y los esclavos son liberados. El evangelio es la palabra de Dios.

  Juan Calvino

viernes, 20 de enero de 2017

Nuestro Único Consuelo

Nuestro Unico Consuelo

Rev. Carlos Haak

¿Cuál es tu consuelo en la vida? ¿En la muerte?

El consuelo es algo que todos queremos tener en la vida. Tener paz consigo mismo, ser aliviado de la miseria, poseer contentamiento y calma interior—¡todos lo desean, por cierto!

Pero el consuelo es algo que pocos tienen. Pues, para algunos el consuelo es cuando todo va bien en la vida, cuando uno tiene todo lo que desea, buena salud y pocos problemas. Otros dirían que el consuelo consiste en la habilidad de deshacerse de lo malo, tener una voluntad fuerte, tomar lo amargo con lo dulce. Todavía otros dicen que el consuelo es el poder escapar de las realidades de la vida, sea por vacaciones, píldoras o bebidas.

El consuelo es algo que se necesita. Tómese, por ejemplo, una persona internada en el hospital, sufriendo los dolores del cáncer. Si usted preguntaría a esa persona, "¿Cuál es tu consuelo?" él o ella te contestaría quizas que sus amigos le han colmado de visitas y regalos, o que tiene los mejores médicos de la ciudad. ¿Qué diría usted para consolar a esa persona?  ¿Diría: "Las cosas podrían ser peores. Ten valor, mejores dias vendrán"?Tómese otro ejemplo, una casa funebre. ¿Qué palabra de consuelo hablaría usted allí? Unos dirían que el consuelo es considerar lo bueno que hizo la persona difunta en la vida.

Otros, que la muerte viene a todos y lo que importa es que gocemos de la vida mientras se pueda. Y todavía otros, abrumados de tristeza, admitirían francamente que no se puede hallar consuelo en esta vida, que no hay lugar alguno en este mundo sin lágrimas. ¿Qué consuelo podría dar usted a los que así hablan?

Frente a todas las ideas mundanas de consuelo, frente a todas las tentativas de hombre de consolar a los entristecidos, el verdadero cristiano, no importan las circunstancias del momento, tiene el único consuelo tanto en la vida como en la muerte. Su consuelo se basa en la Biblia, la Palabra de Dios. En efecto, se pueda decir que la Biblia es la palabra de consuelo de Dios a su pueblo. Se manda al profeta Isaías a proclamar la palabra de Dios en Isaías 40:1-2, "Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo de servicio duro es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que ha recibido de la mano de Jehová el doble por todos sus pecados." En estos versículos la palabra de consuelo es que la iniquidad de Jerusalén es perdonada, que ya ha cumplido su milicia, porque ha recibido de Dios el perdón de sus pecados. Isaías expresa la misma palabra calmante en 52:9, "Prorrumpid a una en gritos de júbilo, y cantad, soledades de Jerusalén; porque Jehová ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén." Allí, otra vez, la Escritura identifica el consuelo con la redención, es decir, con el perdón de pecados por la gracia de Dios.  El apóstol Pablo nos da el mismo mensaje de consuelo en II Corintios 1:3-4, "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier tribulación con que nosotros mismos somos consolados por Dios." Aquí Dios se identifica como el "Dios de toda consolación," es decir, toda consolación procede de Dios y se halla únicamente al estar en comunión con el. Dios es quien nos puede consolar en todas nuestras tribulaciones. Y el propósito por lo cual Dios nos consuela es para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier tribulación.

En resumen, lo que la Biblia nos enseña acerca de consuelo es lo siguinte: El consuelo es saber y reconocer que yo no soy mío propio sino que pertenezco, cuerpo y alma, a Jesucristo, quien me compró con su sangre, de manera que todos mis pecados son perdonados y me es dada la vida eterna.

¡Eso sí es consuelo! ¡Cuán maravilloso! Que yo, así en la vida como en la muerte, pertenezco a Jesús, o como leemos en Romanos 14:8, "Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, ya sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos."

Ese consuelo que procede de Dios consiste de dos paries. En primer lugar, el consuelo cristiano es el conocimiento que no soy mío propio. No soy ni independiente ni confiado en mí mismo. Pablo escribe en I Corintios 6:19, "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuerio del Espfritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?" Esto quiere decir que el hijo de Dios no confia en sí mismo para su consuelo ni tampoco en producto alguno de la sabiduría humana. Esto es, por supuesto, muy contrario a lo que nos gustaría pensar. En nuestro orgullo pensamos a veces que nuestra propia mente o fuerza nos podrá ayudar a salir de nuestras tribulaciones. Pero el consuelo cristiano es la confesión, "No soy mío propio." Si fuera mío propio, entonces sería yo responsable personalmente por aquella enorme deuda de pecado que jamás podría cancelar sino únicamente acrecentar a diario.

En segundo lugar, el verdadero consuelo es el conocimiento que yo sí pertenezco a mi fiel Salvador Jesucristo. Le pertenezco porque Jesús me compró con su sangre derramada en el Calvario donde el me redimió de mis pecados y me hizo suyo propio. El apóstol Pedro lo expresa de esta manera: "... fuisteis rescatados ... no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como do un cordero sin mancha y sin contaminación" (I Pedro 1:18-19). Yo le pertenezco a Jesús porque él por gracia me compró con su sangre en la cruz.

¿Qué significa pertenecer a Jesús? Pertenecer a Jesús significa que soy unido inseparablemente a él por la fe. Es decir, soy propiedad de él, él es mi dueño y es responsable de mí, tanto cuerpo y alma, en la vida y en la muerte, para el tiempo y para la eternidad. Esto significa que Jesús es responsable de mi ser entero y me guarda y me conduce a la gloria eterna de su reino. Además, significa que me gobierna por su Espíritu y gracia, y, siendo mi Señor, me proporciona todo lo que necesito para cuerpo y alma. Por lo tanto, puedo confiar en él y echar toda mi ansiedad sobre él, sabiendo que el tiene cuidado de mí (I Pedro 5:7). Pertenecer a Jesús significa que puedo decir con el inspirado apóstol Pablo, "Y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí" (Galatas 2:20).

Todas las cosas son controladas ahora por Cristo quien está a la mano derecha de Dios, y todos los sucesos de la vida son usados por Cristo para mi bien y me provecho espiritual.

Los problemas y dolores de esta vida presente no me pueden aplastar ni pueden cortar la bendita unión que Cristo por gracia conmigo. Fue esta condujo a Pablo hermosas palabras ha establecido conciencia que a escribir las halladas en Romanos 8, "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ... Porque estoy persuadido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni postestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesus nuestro Señor" (8:35, 38-39).

En conclusión, nótense dos cosas. En primer lugar, este consuelo es un consuelo único. No hay otra cosa en todo el mundo que nos puede consolar. Este consuelo cristiano no es el consuelo mayor, ni el consuelo mejor, ni el consuelo principal. Es el único consuelo. Mi consuelo no es que pertenezco a Jesús y que estoy sano y rico y fuerte. Mi consuelo no es que pertenezco a Jesús y que tengo una excelente póliza de seguro. No. Porque tener algo al lado de este consuelo único significa perder este consuelo. El único consuelo es pertenecer completa y exclusivamente a Jesús en la vida y en la muerte.

En segundo lugar, este consuelo es todo suficiente. Es suficiente para todas las circunstancias de la vida y para todos los horrores de la muerte. No importa lo malo que venga en mi vida, el pertenecer a Jesús significa que él me consuela y que él lo envía todo para mi provecho. El consuelo es saber que Jesús jamás me abandona y que todas las cosas, de una que otra manera, deben servir para mi bien. No, no siempre sabemos cómo es eso ni podemos siempre explicar cómo lo malo es para nuestro bien. El consuelo es creerlo. Cuando cosas malas nos sobrevienen, el consuelo es saber que Dios las ha enviado para nuestro bien, y que, en Cristo, nos concede también la gracia para soportarlas con gratitud. Esto es lo que el Espíritu Santo quiere decir en Romanos 8:28, "Y sabemos que todas las cosas cooperan para bien de los que aman a Dios, de los que son llamados conforme a su proposito."

¿Es éste tu único consuelo, que no te perteneces a ti mismo sino al fiel Salvador Jesucristo? ¡Vive entonces sinceramente para él en gratitud todos los dias de tu vida!

Puplicado por:
Primera Iglesia Reformada Protestante
3641 104th Ave.
Holland, MI 49424, USA 
www.hollandprc.org