lunes, 23 de diciembre de 2019

Teología de la adoración

La primacía y la importancia de la adoración

Solo Dios es digno de adoración y se deleita en su propia gloria, y así crea, busca, salva y ordena a su pueblo que lo adore. Aunque la vida entera de los creyentes debe caracterizarse por el servicio espiritual de adoración, Dios está presente y bendice a su pueblo de una manera especial en la adoración corporativa. Nuestro mayor deber y deleite es adorar al Dios trino en la belleza de la santidad (1 Crón. 16:29; Sal. 29: 2; 96: 9).

Liturgia

"Liturgia" es el nombre dado a lo que se acostumbra hacer en la adoración pública; es decir, cómo se adora regularmente a Dios. Una liturgia bíblica demuestra que el pueblo de Dios es su posesión más preciada, llamado y separado del mundo para estar reunido en la presencia del santo de los santos. Nuestra liturgia está diseñada para reflejar la adoración histórica y clásica en la tradición reformada. Nos esforzamos por la decencia, el orden y la excelencia en cada parte de nuestra liturgia para reflejar la belleza, la santidad y la majestad de Dios. Aunque la Escritura no prescribe una liturgia específica, revela su contenido y forma, que incluye la lectura y la predicación de la Palabra de Dios; oración; salmos, himnos y canciones espirituales; confesión; ofrendas sacramentos y la bendición Estos elementos están diseñados según el Pacto de Gracia, en el que Dios inicia la adoración, revela su voluntad y misericordiosamente trabaja a través de su Palabra. En consecuencia, el pueblo de Dios responde con humildad, reverencia y valentía invocandolo a Él con fe, ofreciéndole con agradecimiento, acción de gracias y alabanza, dando a Dios lo que ha recibido de su mano amable. Una liturgia bíblica manifiesta la obra salvadora de Dios entre su pueblo. Tal patrón dialógico se cumple en Cristo, a través de quien tenemos acceso al Padre y recibimos Sus bendiciones.

Adoración reformada centrada en la palabra

Dado que la adoración es de suma importancia, debe ser protegida por ministros ordenados encargados de proteger el Evangelio, dirigir la adoración y capacitar a los que están bajo su cuidado para ofrecer una adoración aceptable, en espíritu y verdad. Nos adherimos al principio de Sola Scriptura (solo por las Escrituras). Dios ordena ser adorado solo de acuerdo con su voluntad revelada, no de acuerdo con las preferencias personales y las modas culturales. El contenido mismo de la Palabra de Dios también debe ocupar un lugar destacado dentro de prácticamente todos los elementos litúrgicos. El púlpito está a la vista de todos, para comunicar la centralidad y la importancia de la Palabra de Dios.

Medios ordinarios de gracia

Dios establece soberanamente y aumenta la fe a través de los medios que EL ha ordenados, a menudo llamados medios ordinarios de gracia, que son vitales para el alimento y el crecimiento espiritual de los creyentes. Por lo tanto, se ordena al pueblo de Dios que participe regularmente en la adoración corporativa del Día del Señor, en dependencia del Espíritu de Dios, que aplica los beneficios de Cristo a través de Su Palabra y sacramentos. Por lo tanto, practicamos la predicación expositiva sistemática de la Palabra de Dios, reconocemos la oración hablada y cantada como el principal medio de gratitud y alabanza a Dios, y administramos los sacramentos del bautismo y la Cena del Señor. Celebramos la Cena del Señor el primer domingo por la mañana y el tercer domingo por la noche de cada mes. Como tal, somos una iglesia gobernada por los medios ordinarios de gracia. 

viernes, 15 de noviembre de 2019

El Dia del Señor y Los Padres de la Iglesia

Por Álex Figueroa F.
Hay quienes sostienen hoy en día que la práctica de la adoración dominical, tan extendida entre las iglesias, fue instituída por Constantino en el año 325 de nuestra era, con el objeto de hacer el cristianismo más amigable a las culturas paganas que componían en Imperio Romano, ya que el día domingo se celebraba al sol como deidad. Si siguiéramos esta línea de pensamiento, nos veríamos forzados a admitir que la adoración dominical constituye una transgresión flagrante a las Escrituras y una violación de la ley de Dios.
Sin embargo, ¿Es cierto que fue Constantino quien instituyó el descanso y la adoración el día domingo? La evidencia literaria de los llamados «padres de la iglesia» nos lleva en sentido contrario. Sus escritos confirman que esta práctica traza sus orígenes al siglo I, es decir, el nacimiento mismo de la cristiandad.
Pese a que los escritos patrísticos no son regla de fe para quienes profesamos la fe bíblica, constituyen un antecedente histórico importante -y podríamos decir concluyente- que nos permite constatar que la adoración dominical fue instituida por Cristo mismo a través de sus Apóstoles.
Revisemos algunas de sus afirmaciones, teniendo en cuenta el año en que probablemente se hicieron, así como su lugar de procedencia, que nos habla de la extensión geográfica de esta creencia:
Justino Mártir (100-165 d.C., Flavia Neápolis, antigua Siquem, Cisjordania): “Y en el día llamado Domingo, todos quienes viven en las ciudades o en el campo se reúnen en un lugar, y se leen las memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas, tanto como el tiempo lo permita; entonces, cuando el orador ha terminado, quien preside instruye y exhorta verbalmente a imitar estas cosas buenas. Luego nos levantamos todos juntos y oramos, y, como dijimos antes, cuando nuestra oración ha acabado, son traídos el pan, el vino y el agua, y el presidente ofrece oraciones y acciones de gracias de acuerdo a su capacidad, a lo que el pueblo asiente diciendo “Amén”. Luego se distribuye a cada uno, y se reparte algo de lo que fue objeto de acción de gracias, y los diáconos hacen llegar una porción a quienes estuvieron ausentes. Y aquellos que poseen alguna cosa y están dispuestos, dan lo que estiman conveniente, y lo que se recolecta es depositado con el presidente, quien socorre a los huérfanos, a las viudas, y a quienes están en necesidad, ya sea por enfermedad o cualquier otra causa, y aquellos que están en cadenas, así como a los extranjeros que residen entre nosotros, teniendo cuidado de todos quienes se encuentran en necesidad.
Pero el Domingo es el día en el que todos nosotros hacemos nuestra común reunión, porque es el primer día, el día en que Dios, habiendo forjado un cambio en la oscuridad y las cosas, hizo el mundo; y el mismo día en que nuestro Salvador Cristo Jesús se levantó de la muerte” (Primera Apología de Justino, Cap. 67).
Ignacio de Antioquía (ca. 117 d.C.): “Permitid a cada amigo de Cristo guardar el Día del Señor como un festival, el día de la resurrección, principal y rey de todos los días (de la semana)” (Carta a los Magnesios, Cap. IX).
“Al amanecer del Día del Señor Él se levantó de la muerte, conforme a lo que Él mismo pronunció: “como estuvo Jonás en el vientre del monstruo marino tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra.” El día de la preparación, entonces, comprende la pasión; el Sabbat acapara el sepultamiento; el Día del Señor contiene la resurrección” (Carta a los Tralianos, Cap. IX).
Bernabé (ca. 100 d. C.): “Por último, les dice: Vuestros novilunios y vuestros sábados no los aguanto. Mirad cómo dice: No me son aceptos vuestros sábados desde ahora, sino el que yo he hecho, aquél en que, haciendo descansar todas las cosas, haré el principio de un día octavo, es decir, el principio de otro mundo. Por eso justamente nosotros celebramos también el día octavo [el domingo] con regocijo, por ser día en que Jesús resucitó de entre los muertos y, después de manifestado, subió a los cielos” (Epístola de Bernabé, XV, 8).
Orígenes (Alejandría, 185 – Tiro o Cesarea Marítima, 254): “En domingo, no se debe hacer ninguna de las obras del mundo. Absténganse de todas los trabajos de este mundo y guárdense libres para las cosas espirituales, vayan a la iglesia, escuchen las lecturas y las predicaciones, mediten en las cosas celestiales” (Homil. 23 sobre Números 4, PG 12:749).
Cipriano de Cártago (ca. 258): “El octavo día, que es, el primer día después del Sabbath, y el día del Señor” (Epístola 58, sección 4).
Didaché (ca. 70-100): “Los días del Señor reuníos para la partición del pan y la acción de gracias, después de haber confesado vuestros pecados, para que sea puro vuestro sacrificio” (XIV, v. 1).
Tertuliano (ca. 160-220, Cartago): “Nosotros nos alegramos el domingo espiritualmente, no por el culto, o veneración del Sol, sino por fines más altos. Los gentiles en Sábado celebran sus fiestas a Saturno, diferenciándose mucho del rito judaico que ignoran, que en los Judíos el ocio del Sábado es misterio: en los gentiles soltura para ocuparse en todo género de lascivias. Nosotros en todo nos diferenciamos de todos; porque el día después del Sábado es nuestra fiesta, y el rito es honesto y sobrio” (Apología de Quinto Septimio Florente Tertuliano, Presbítero de Cártago, Contra los Gentiles, en Defensa de los Cristianos, cap. XVI).
Clemente de Alejandría (ca. 150-211): “Un verdadero cristiano, de acuerdo con lo ordenado en el evangelio, observa el dia del Señor echando fuera todos los malos pensamientos y dedicándose a todo lo bueno, honrando la resurrección del Señor, la cual tomó lugar en ese día” (Stromata, L. VII, XII.76.4).
Atanasio de Alejandría (ca. 296-373): “El Sabbath fue el fin de la primera creación, y el día del Señor el comienzo de la segunda, en la cual renovó y restauró lo antiguo de la misma forma que prescribió que debían anteriormente observar el Sabbath como memorial del fin de las primeras cosas, así nosotros honramos el día del Señor como memorial de la nueva creación” (Sobre el Sábado y la Circuncisión III).
Eusebio de Cesarea (ca. 275-339): “[El grupo herético de los ebionitas] Guardaban el sábado y toda la conducta judaica, pero el domingo observaban prácticas parecidas a las nuestras en memoria de la resurrección del Salvador” (Historia de la Iglesia, XXVII, 5).
Concilio de Laodicea (ca. 363-364, Anatolia): “Los cristianos no han de judaizarse y no deben estar inactivos en el Sabbath, sino que deben trabajar ese día. Deben, sin embargo, reverenciar particularmente el día del Señor, y, si es posible, no trabajar en él, porque son cristianos” (Canon XXIX).
Toda la evidencia anterior lleva al historiador suizo Philip Schaff a concluir: “La celebración del día del Señor en memoria de la resurrección de Cristo, data indudablemente de la era apostólica. Nada menos que el precedente apostólico puede explicar la observancia religiosa universal en las iglesias del segundo siglo. No hay una sola voz de disensión”.
“La observancia universal y no contradicha del domingo en el segundo siglo sólo puede ser explicada por el hecho de que esta tiene su raíz en la práctica apostólica” (Vol. 1; pg. 478-479).
Soli Deo Gloria

sábado, 3 de agosto de 2019


Espero que sean de utilidad para el Pueblo de Dios estos trece (13) artículos de fe explicativos y argumentativos que fueron escritos por el pastor Sugel Michelén el quince (15) de mayo de 2011. En ellos se expresa de manera sencilla lo que creemos sobre el día de reposo. 

1. El hombre creado a imagen y semejanza de Dios tiene el deber de imitarle, y nuestro Dios estableció en Su obra creadora un patrón de 6 días de trabajo y 1 día de reposo (en el 4to mandamiento del Decálogo Dios mismo hace esa conexión entre Su ejemplo y nuestro deber; comp. Ex. 20:8-11).

2. Al finalizar Su creación Dios bendijo el 7mo día y lo santificó, dice en Gn. 2:1-3. De manera que el día de reposo no fue instituido por Dios en el Sinaí, ni fue diseñado exclusivamente para el pueblo de Israel. Se trata de una ordenanza de la creación, como el matrimonio y el trabajo, establecido por Dios para beneficio del hombre, como dice el Señor en Mr. 2:27.

3.- El día de reposo suple dos necesidades básicas del hombre: la necesidad que tenemos de darle reposo a nuestros cuerpos y la de tener comunión con Dios sin los impedimentos propios de una vida de trabajo en el resto de la semana. Por lo tanto, se trata de una bendición y un privilegio, no de una camisa de fuerza de la que sería mejor librarse.

4. El día de reposo fue incluido en los Diez Mandamientos, el resumen de la ley moral de Dios, escritos en dos tablas de piedras por el mismo Dios. Esos Diez Mandamientos poseen una importancia singular en el conjunto de las leyes mosaicas.

5. Pablo enseña en Rom. 2:14-15 que aún los gentiles que no conocen la Palabra de Dios tienen la obra de esa ley moral escrita en sus conciencias. Por lo tanto, esa ley moral sigue siendo el estándar divino para juzgar lo que es pecado y lo que no lo es (comp. Rom. 3:20; 4:15; 7:7; 1Jn. 3:4). Si esa ley moral ya no estuviera vigente estos textos no tendrían ningún sentido.

6. Una de las bendiciones centrales que Dios promete en el Nuevo Pacto es escribir Su ley en nuestros corazones (Jer. 31:31-34). En otras palabras, Dios no prometió anular los Diez Mandamientos, sino darnos la capacidad de apreciarlos y obedecerlos. Y en ningún lugar del Antiguo o del NT se plantea la posibilidad de reducir los 10 mandamientos a 9.

7. Nuestro Señor Jesucristo dijo expresamente en Mt. 5:17-20 que Él no vino a abrogar la ley y los profetas. Esta expresión “la ley y los profetas” señala todo el AT. De manera que el Señor está estableciendo claramente que Él no vino a anular, sino a cumplir, las enseñanzas de todo el AT. Ahora bien ¿qué significa eso? Varias cosas. Como bien señala Robert Martin, eso quiere decir que Cristo vino a obedecer perfectamente la ley moral de Dios, a sufrir la maldición de su desobediencia en lugar de Su pueblo, a cumplir todos los tipos y ceremonias de la ley ceremonial, a establecer el reino hacia el cual las leyes civiles apuntaban y a cumplir todas las profecías que se hicieron en cuanto a Él. Pero ahora noten algo importante. A partir del vers. 18 el Señor dice explícitamente que los súbditos de Su reino debían tomar muy en serio las demandas éticas de esa ley (vers. 18-20). ¿Qué implica eso en lo relativo a los Diez Mandamientos? El Señor Jesucristo es sumamente claro al respecto en los vers. 21-22, 27-28. Cristo no vino a anular esos mandamientos, sino a enseñar a los Suyos el verdadero alcance de cada uno de ellos. Alguien puede decir que el Señor no mencionó aquí el 4to mandamiento, pero tampoco mencionó el 1ero, el 2do, el 3ro, el 5to, el 8vo, el 9no y el 10mo. Él escogió 2 de los 10 para mostrar el verdadero alcance de los mandamientos de la ley moral de Dios.

8. Durante Su ministerio terrenal nuestro Señor Jesucristo se ocupó del cuarto mandamiento concerniente al día de reposo más que de ningún otro mandamiento del Decálogo. En vez de anularlo, el Señor purificó esta ordenanza de todas las ataduras impuestas por los escribas y fariseos, y que hacían de ese día una carga difícil de sobrellevar.

9. El NT enseña que los Diez Mandamientos conforman una unidad inquebrantable (Sant. 2:8-11); de manera que no se puede anular uno de los mandamientos sin afectar el resto. Para explotar un globo no hay que pincharlo por varias partes al mismo tiempo. Basta con que se le pinche por un solo lado para explotarlo. Pues el Decálogo es como un globo; cualquier mandato que se viole, violenta el globo completo.

10. Pablo enseña claramente que la ley moral de Dios resumida en los 10 Mandamientos sigue siendo la norma de vida para los creyentes del nuevo pacto (comp. Rom. 7:7, 12, 14 – es espiritual en el sentido de que tiene un origen y carácter divino, 1Cor. 2:13, y en el sentido de que regula nuestra conducta interna, no únicamente nuestra apariencia externa; 18, 21 – 8:4).

11. El patrón establecido por Dios para Su pueblo en el NT sigue la misma frecuencia de reunión que la de Su pueblo en el Antiguo: una vez a la semana.

12. La obra redentora de Cristo no anula la necesidad que tenemos de darle reposo a nuestros cuerpos una vez a la semana, y de ocuparnos de nuestra relación con Dios de una manera especial, sin los impedimentos propios del resto de la semana. Hasta que lleguemos al cielo necesitaremos un día de reposo.

13. En Ap. 1:10 el apóstol Juan se refiere a un día de la semana como “el día del Señor”; y es generalmente aceptado que Juan se está refiriendo allí al domingo, el día en el que la iglesia acostumbraba congregarse para celebrar la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.