Rev. Amós López Rubio
Hoy recordamos el
comienzo de la Reforma Protestante en la Alemania del siglo XVI cuando el monje
agustino Martin Lutero clavó sus 95 tesis en las puertas de la Iglesia de
Wittemberg haciendo fuertes críticas a la práctica de la venta de indulgencias
por parte de las autoridades de la iglesia católica. Celebrar un aniversario
más de la Reforma significa mirar al pasado y mirar al presente, sin dejar
además de preocuparnos por el futuro. Es un momento oportuno para hacer un alto
en el camino y, como iglesia de Jesucristo, heredera además de la Reforma
protestante, mirarnos por dentro y analizar hasta qué punto seguimos siendo
fieles a la herencia de la Reforma, es decir, a la necesidad de evaluar constantemente
nuestro testimonio cristiano, identificando dificultades y logros, para no
perder el sentido del llamado que Jesús nos ha hecho y nos hace en su
evangelio.
Por eso, ser
fieles a la herencia de la Reforma es mantener vivo su mayor legado: ser iglesias
en constante renovación y transformación, abiertas a los nuevos retos de
nuestro tiempo y sensibles a la acción del Espíritu de Dios en el aquí y el
ahora de nuestra vida y nuestra historia. Quisiera entonces rescatar en este
día la memoria de alguien que, apenas transcurrido un poco más de un siglo del
inicio de la Reforma de Martin Lutero, supo comprender que las iglesias
surgidas de aquel movimiento ya necesitaban una nueva reforma. Me refiero a Felipe
Jacobo Spener, pastor y teólogo luterano alemán considerado el padre fundador
del movimiento pietista.
El pietismo es un
movimiento de renovación espiritual y eclesial que surge a finales del siglo
XVII y principios del XVIII en Alemania, y se proponía impulsar una nueva
Reforma. Sabemos que pietismo viene
de piadoso, aquel que manifiesta sentimientos de piedad, pero no se trata de la
piedad como sinónimo de lástima, sino de la piedad como devoción y celo por lo
que es santo, y de la piedad como virtud que promueve en nosotros la
solidaridad con el prójimo en actos de amor y compasión.
En el tiempo que
vivió Spener, las iglesias protestantes se habían vuelto sobre sí mismas, se
habían estancado en un celo extremo por preservar la vida de la institución y
el dogma de la doctrina, lo cual provocó el surgimiento de un nuevo movimiento
que buscaba la renovación de la piedad personal y de la vida eclesial, y
consecuentemente, el mejoramiento de la vida social. El pietismo tuvo la
característica peculiar de desarrollarse a través de pequeños grupos de reunión
y edificación mutua conocidos como los “colegios de los piadosos”.
El crecimiento y
la formación teológica de Felipe Jacobo Spener tuvo la influencia de sus
maestros contemporáneos, del puritanismo inglés y de las enseñanzas de Martin
Lutero. Después de haberse graduado como Doctor en Teología fue llamado a
ocupar la plaza de Primer Pastor en la pujante ciudad alemana de Francfort, que
en aquel año de 1666, contaba con veinte mil habitantes, una verdadera
metrópoli. Inmediatamente, el nuevo pastor se propuso llevar a la práctica los
frutos del movimiento espiritual del cual había bebido y cuyos énfasis eran el
arrepentimiento, la devoción y un activo amor a sus semejantes. A esto se
sumaba el esfuerzo por mejorar la vida y disciplina eclesial, la educación
cristiana y la edición de literatura de edificación espiritual. Como se ve, el
programa de Spener no solo era ambicioso sino integral, ya que contemplaba
todos los ámbitos de la vida eclesial y de la espiritualidad personal.
Algo que llama la
atención fue la especial preocupación de Spener por los problemas sociales de
su época. Junto a sus colegas de ministerio presentó al gobierno de la ciudad
de Francfurt la propuesta de crear una casa de trabajo para pobres y huérfanos,
entendiendo que la posibilidad de ofrecer un trabajo alternativo a las personas
más pobres podría brindar una solución a sus necesidades. Su propuesta demoró
algunos años en ser aprobada, pero gracias a su perseverancia el proyecto se
hizo realidad. Varias personas colaboraron con ofrendas generosas junto a la
gestión del gobierno para implementar aquella obra. Este esfuerzo es
considerado como un proyecto pionero en la historia de la responsabilidad
social del Estado moderno.
Otro elemento
interesante en aquella experiencia de Spener en Francfort es que el joven
pastor tuvo que enfrentarse a no pocas dificultades relacionadas con la manera
en que se entendía y practicaba la fe cristiana en aquella ciudad. El trabajo,
el comercio y las múltiples ofertas para la diversión y el empleo del tiempo
libre conspiraban contra la observancia del domingo como Día del Señor. La
práctica de la confesión de los pecados, por ejemplo, se había asumido como un
elemento ritual, como costumbre de una vida religiosa establecida y que no
conducía necesariamente a la renovación de la vida cristiana, no permitía la
profunda revisión de la vida y su consecuente transformación.
Algo parecido
sucedía con la actitud del creyente a la hora de participar de la Cena del
Señor, se asumía igualmente como un acto ritualizado sin mayores consecuencias
para el compromiso cristiano y para el seguimiento a Jesucristo. Spener
comprendió que, entre otros factores, estos comportamientos se debían a una
inadecuada e insuficiente educación cristiana. A todo ello se sumaba la falta
de interés en estos temas por parte de otros colegas en el pastorado así como
la escasez de ministros en la región.
Como resultado, la
visión crítica de Spener hacia la vida eclesial se hacía más profunda, cuando,
en cierta ocasión, un grupo de creyentes de su comunidad le pidió celebrar
reuniones devocionales privadas, algo insólito en las prácticas eclesiales de
la época ya que la vida de la iglesia generalmente se reducía al culto
dominical. Con esta iniciativa nacieron los primeros colegios piadosos. Estos
grupos tenían como programa la lectura de textos de edificación espiritual,
pasajes bíblicos que eran comentados libremente en diálogo con la vida
cristiana concreta. Una característica de estos grupos es que con el tiempo se
fue nutriendo de personas de diferentes clases sociales lo cual significaba un
espacio donde las diferencias no conspiraban contra la necesidad común de
congregarse, estudiar juntos la Palabra de Dios y edificar la vida común en la
fe.
Algunos años
después, Spener publica el texto titulado PIA DESIDERIA o Sincero deseo de un mejoramiento agradable a Dios de la verdadera
Iglesia evangélica, juntamente con algunas propuestas cristianas simples,
tendientes a ello. La estructura y contenido de este texto, que más tarde
se convertiría en el programa del movimiento pietista, resulta muy interesante
y actual. En la primera parte del escrito, Spener hace un diagnóstico de la
situación de la iglesia evangélica y la sociedad de su tiempo, analizando la
realidad política, económica y eclesial. Veamos algunas de sus conclusiones: 1)
hay un descuido en las autoridades civiles en cuanto a su deber de hacer
posible la misión de la iglesia y ejerce sobre ella su dominio, 2) los pastores
y teólogos están más preocupados por el reconocimiento social que por ejercer
responsablemente su ministerio y malgastan sus pensamientos en controversias
doctrinales que no llevan a ninguna parte ni ofrecen un buen testimonio del
evangelio, 3) los ciudadanos viven de manera disipada, abunda el alcoholismo, las
disputas legales, el afán por las riquezas, la indiferencia ante las
necesidades sociales y los más pobres y su fe no va más allá de un formalismo.
Spener afirma “la
fe es una obra divina en nosotros que nos transforma y nos hace nacer de
nuevo…la fe es una cosa viva, laboriosa, activa, poderosa, de manera que es
imposible que no produzca el bien sin cesar”. Spener se pregunta, y nos
pregunta hoy también a nosotros, ¿De qué sirve asistir al templo, escuchar la
predicación y participar de la Comunión si no dejamos que la gracia por la fe
se haga palpable en una vida de penitencia y servicio a Dios y al prójimo? Y
cuando hablamos de penitencia no estamos haciendo referencia a un castigo
impuesto para alcanzar méritos delante de Dios o para asegurar nuestra salvación.
Hablamos de la penitencia como aquella actitud de permanente humildad que nos
coloca tal y como somos delante de Dios para revisar abiertamente nuestra vida
y dejar que su Espíritu nos oriente y corrija en el camino de la
responsabilidad cristiana en el mundo.
Spener entendía
que la Reforma iniciada por Lutero, un siglo atrás, había efectivamente
liberado a los cristianos y las cristianas de muchos cautiverios pero que en el
tiempo que le tocó vivir había disminuido el celo por aquellas cosas por las
cuales se había luchado y que era necesario nuevamente edificar la iglesia del
Señor. Spener utiliza la imagen del cuerpo enfermo de la iglesia que necesita
ser sanado con urgencia. En el resto de su texto desarrolla entonces algunas
propuestas para esta nueva reforma de la vida eclesial: 1) revitalizar el
estudio de las Escrituras principalmente a través de pequeños grupos de lectura
bíblica, 2) reformar el ejercicio del sacerdocio comunitario enfatizando la
responsabilidad de los laicos en el sentido del sacerdocio universal de los
creyentes, 3) renovar la conducta cristiana por medio de una práctica piadosa
manifestada especialmente en el amor a los demás, 4) que las discusiones en
cuanto a doctrinas no tengan otra intención que reforzar el amor al prójimo, o
sea, la responsabilidad y el servicio cristianos, lo cual daba a la teología
una orientación esencialmente práctica y no especulativa, 5) que la predicación
no sea solo un adoctrinamiento intelectual sino un medio para la edificación de
la fe de la comunidad, lo cual repercute también en una preocupación puntual
por el tema de la educación cristiana de todos los creyentes.
Las enseñanzas de
Spener no siempre gozaron de aceptación. Gobernantes y líderes evangélicos se
sintieron atacados en sus cuestionamientos e intentaron obstaculizar el
desarrollo del ministerio del predicador y pastor luterano. No obstante, el
movimiento pietista continuó creciendo y su repercusión puede sentirse hasta la
actualidad.
Creo que sin dejar
de reconocer algunos elementos no tan positivos en el pietismo como el acento
moralista en relación a la conducta social y la tendencia en algunos grupos al
alejamiento y rechazo del mundo, podemos encontrar también valor, vigencia y
desafíos en el pensamiento y la obra de Felipe Jacobo Spener. Y en un día
especial como hoy en que recordamos la herencia de la Reforma Protestante para
la vida y misión de nuestras iglesias, quisiera rescatar al menos tres desafíos
esenciales en el legado de Spener.
Primero, la
necesidad de que la iglesia viva una constante reforma de su fe y su práctica.
Esta es la única manera en que la iglesia puede seguir siendo fiel a la misión
para la cual ha sido llamada, es la única manera en que la iglesia pueda seguir
siendo un movimiento y no tanto una institución preocupada solamente por su
propia sobrevivencia. Cuando miramos la historia pasada no buscamos solamente
recordar la gloria de otros tiempos sino que buscamos aprender del pasado para
iluminar nuestro presente.
Apenas había
transcurrido un siglo del inicio de la Reforma Protestante y ya era necesario
reformar aquella iglesia donde se había enfriado el primer amor y donde la
libertad inicial había dado paso a una nueva cautividad. Así nos sucede también
a nosotros en la actualidad, repetimos aquellos modelos contra los que un día
luchamos. Después del cambio nos estancamos en una nueva situación de poder y
nos volvemos igualmente conservadores y nos resistimos a nuevos cambios. La
Reforma nos recuerda que no hubo solo una reforma sino que hay y necesariamente
habrá nuevas y constantes reformas. Corresponde hoy a nuestras iglesias
identificar nuestras necesidades de reforma y pedir al Espíritu de Dios que nos
auxilie en esa necesidad y nos impulse nuevamente hacia el cambio y la
transformación.
Segundo, la
reforma de la vida y la misión de la iglesia no se realiza en un vacío
histórico sino de cara a la realidad y al momento en que vivimos. Hemos
aprendido que las transformaciones en la vida de la iglesia han ido de la mano
con las transformaciones históricas, que la historia es una sola, y en esa
historia Dios se sigue manifestando para que la iglesia “dé razón de su
esperanza”. La iglesia realiza la misión de Jesús no solo como continuidad de
la tarea evangelizadora sino también como respuesta a las necesidades de la
sociedad y el mundo. Evangelizar es compartir la buena noticia allí donde hay
malas noticias, allí donde está el dolor y el sufrimiento, allí donde falta la
justicia, el derecho y la paz.
Tercero, teniendo
en cuenta la necesidad de revisar de manera permanente nuestra fe y nuestra
práctica como iglesia y sabiendo que debemos hacerlo con responsabilidad en un
contexto histórico específico, queda por delante descubrir si la iglesia que
hoy somos responde a estas exigencias, si la iglesia que hoy somos es la
iglesia que nuestra sociedad y nuestro mundo necesitan. No basta sentir y
reconocer que nuestra iglesia es un espacio donde nos sentimos bien, acogidos,
acompañados y respetados; que el culto y las demás actividades responden a nuestras
necesidades espirituales.
Es necesario saber
si esta iglesia que amamos es también sal de la tierra y luz del mundo, si esta
iglesia es levadura que hace crecer la práctica de los valores del reino de
Dios, si esta iglesia es agente de cambio en ese gran espacio que es nuestra
historia presente, la vida de nuestro pueblo, la lucha por la salvación de la
creación y la defensa de la vida. En esta historia nuestra también se juega la
historia de Dios que quiere conducirnos hacia la renovación total de nuestra
vida de tal manera que la vida de Dios sea la vida del mundo, sin guerras, sin
hambre, sin desigualdades, sin muerte.
Que Dios nos ayude
a seguir siendo una iglesia en reforma, en transformación, abriendo nuevos
caminos que nos conduzcan a la vida plena y abundante para todos y todas. Amén.