Desde una perspectiva reformada y confesional, la respuesta es un rotundo y gozoso: Sí, absolutamente hubo personas regeneradas en el Antiguo Pacto.
Permítame explicar cómo esto es consistente con lo que se expone en Hebreos 8. La clave está en distinguir entre la "sustancia" del Pacto de Gracia y las diferentes "administraciones" de ese pacto.
El Único Camino de Salvación
Nuestra Confesión de Fe de Westminster lo articula de esta manera: el Pacto de Gracia fue administrado en el Antiguo Testamento de una manera y en el Nuevo Testamento de otra, pero la *sustancia* —el camino de salvación— es la misma (CFW 7.5-6). La salvación siempre, en toda la historia, ha sido por la sola gracia, a través de la sola fe, en Jesucristo solo.
Los santos del Antiguo Testamento no se salvaron por guardar la ley o por los sacrificios de animales. Se salvaron exactamente de la misma manera que nosotros: por la fe en el Mesías prometido. Ellos miraban hacia adelante, a la cruz que vendría; nosotros miramos hacia atrás, a la cruz que ya fue. Pero el objeto de nuestra fe es el mismo: Cristo.
Evidencia de Regeneración en el Antiguo Testamento
Si la salvación es por fe, y la fe salvadora es un don de Dios que brota de un corazón regenerado (Efesios 2:8-9; Juan 3:3), entonces los santos del Antiguo Testamento necesariamente tuvieron que ser regenerados por el Espíritu Santo. Vemos la evidencia de esta obra interior en toda la Escritura:
- La Fe de Abraham: "Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia" (Génesis 15:6). Pablo usa a Abraham como el ejemplo supremo de la justificación por la fe en Romanos 4. Una fe tan radical, que le llevó a estar dispuesto a sacrificar a su propio hijo, no pudo nacer de un corazón de piedra no regenerado.
- El Clamor de David: En el Salmo 51, después de su terrible pecado, David no pide un mejor sacrificio, pide una renovación interior. Su oración es el clamor de un hombre regenerado que ha caído y anhela la restauración: "**Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.** No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu" (Salmo 51:10-11). Él ya poseía el Espíritu Santo y entendía que el verdadero arrepentimiento era una obra interna de Dios.
- Los Profetas: Hombres como Jeremías y Ezequiel hablaron de la necesidad de un corazón nuevo. "Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos" (Ezequiel 36:26-27). Si bien esta es una promesa que se cumple plenamente en el Nuevo Pacto, muestra que Dios siempre ha tenido la intención de obrar internamente en su pueblo.
- La "Nube de Testigos": Hebreos 11 nos da una larga lista de hombres y mujeres del Antiguo Pacto que vivieron "por la fe". Abel, Enoc, Noé, Sara, Moisés... todos ellos agradaron a Dios por medio de la fe, lo cual es imposible sin la obra regeneradora del Espíritu.
Entonces, ¿Cuál es la Diferencia?
Si la regeneración existía, ¿por qué Hebreos 8 y Jeremías 31 hablan del Nuevo Pacto como algo tan radicalmente distinto y "mejor"?
La diferencia no es de esencia, sino de grado, extensión y claridad.
- Claridad: Los santos del Antiguo Pacto veían a Cristo a través de velos, tipos y sombras (el cordero pascual, el maná, el templo, el sacerdocio). Nosotros lo vemos con el rostro descubierto en el Evangelio.
- Extensión: La efusión del Espíritu Santo en Pentecostés (Hechos 2) fue un evento sin precedentes. Mientras que en el Antiguo Pacto el Espíritu venía sobre individuos específicos (profetas, reyes, artesanos) para tareas específicas, en el Nuevo Pacto es derramado sobre "toda carne", sobre cada creyente sin distinción de edad, sexo o estatus social.
- Permanencia y Seguridad: La obra de Cristo, ya consumada, nos da una base para la seguridad de la salvación que era más difícil de asir cuando se dependía de sacrificios repetitivos que solo señalaban al futuro.
En resumen: un creyente del Antiguo Pacto y un creyente del Nuevo Pacto son salvos por el mismo Dios, por la misma gracia, por la misma fe, en el mismo Salvador y por la obra del mismo Espíritu Santo. La diferencia es que nosotros vivimos en la era de la plenitud, la claridad y el cumplimiento. Ellos vivían en la era de la promesa y la sombra. Pero el corazón que creyó en la promesa fue un corazón hecho nuevo por el poder de Dios, es decir, un corazón regenerado.